Ali Banisadr, the artist who can listen and taste his paintings
By Ana Vidal Egea
Ali Banisadr (Teherán, 45 años) es uno de los más sobresalientes pintores vivos de ascendencia persa. Su obra, en franco ascenso en las cotizaciones, ha vuelto a ser noticia recientemente en Nueva York. Su presencia en la exposición Rebelde, bufón, místico, poeta: artistas persas contemporáneos en la Asia Society de Nueva York, como parte de la colección del filántropo Mohammed Afkhami, dio mucho que hablar en los círculos artísticos de la ciudad. Normal. Banisadr no es precisamente “un artista más”.
Lo que hace la obra de Banisadr única es que el artista convive con la sinestesia, una extraordinaria condición neurológica que hace que cuando un sentido es estimulado, otros se activen involuntariamente produciendo una alteración en la percepción. Se dio cuenta de su condición en la universidad, al leer un libro de Kandinsky, que, como Nabokov y Van Gogh, también era sinesteta. Además de escuchar un sonido, un sinesteta puede olerlo, verlo, probarlo y sentirlo. Lo que puede ocurrir con drogas alucinógenas, pero de forma natural. “Cada símbolo que dibujo tiene una nota musical”, prosigue, “algunas figuras son mundanas, otras tienen sabor metálico, pero sirven de preámbulo para ensalzar a las otras”.
Creció en Teherán durante la revolución islámica y lleva desde los 12 años viviendo en Estados Unidos. El conflicto bélico le quedó grabado a fuego. “Siempre que había un ataque aéreo, bajábamos al sótano y yo dibujaba para entender lo que pasaba a mi alrededor. No podía verlo, pero podía escucharlo. Mi ritual contra el caos fue dibujar”, comenta el artista, que asegura que sigue el mismo proceso en la actualidad. Desde que emigró con su familia, aún no ha encontrado el momento adecuado para regresar a Irán.
La obra de Banisadr, que ha expuesto regularmente en la galería Thaddaeus Ropac de París, uno de los escenarios mayores del circuito artístico actual, forma parte de la colección de grandes museos, como el Met en Nueva York, el Pompidou en París y el Museo de Arte Contemporáneo en Los Ángeles. También de importantes colecciones privadas, como la Olbricht o la galería Saatchi.
En mayo del año pasado publicó un monográfico con la editorial Rizzoli donde mencionaba a Brueghel y al Bosco entre sus influencias, así como a varios artistas españoles, lo que explica que su museo favorito sea el Prado. “Goya es contemporáneo porque alude a temas universales que siguen conectando conmigo. Captura la esencia de la crueldad humana de una forma muy profunda. Los dos sufrimos experiencias similares”, señala. A principios de 2021, Banisadr pintó su versión del Guernica de Picasso utilizando las mismas dimensiones y simbología de guerra, pero adaptándolo a los conflictos imperantes en la actualidad. Lo tituló El mensajero por la tecnología de la vacuna mRNA. “Como artista también soy crítico con la sociedad, parte de mi cometido es mostrar cómo se puede manifestar el futuro”, matiza Banisadr, que intenta encontrar el equilibrio entre lo que la obra quiere decir y lo que él quiere contar: “A veces la pintura funciona como oráculo, me lleva hacia un lugar que desconozco”.
Sus obras apelan al subconsciente y son una explosión de emociones que no se asemeja a ninguna otra pintura. Sus cuadros tienen un trasfondo complejo y turbulento, basado en la historia y los clásicos. Su última exposición en solitario, Beautiful Lies (Mentiras hermosas), en el Palazzo Vecchio y el Museo Bardini de Florencia, es una interpretación del Inferno de Dante en el 700º aniversario de su muerte. “Las palabras son limitantes”, confiesa, “utilizo la filosofía visual para abordar las grandes preguntas de la vida”.